Lilypie First Birthday tickers

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martes, 21 de diciembre de 2010

El dilema de los Reyes Magos

Últimamente veo en muchos blogs la duda de muchas madres sobre si deberían transmitirle a sus hijos el cuento de los Reyes Magos o no.

Los argumentos son varios, apoyados siempre en la propia experiencia personal, pero el que más abunda es el hecho de no querer mentir a sus hijos porque, tarde o temprano, se acabarán dando cuenta de la mentira.


Yo, cuando era pequeña, era una gran fanática de los Reyes Magos. Mi padre, por aquel entonces, no tenía un destino fijo debido a su trabajo por lo que mi madre, mi hermano y yo nos recorrimos media España y parte del extranjero para poder estar los cuatro juntos. Cuando empezamos a ir al colegio, aquí en la isla de Gran Canaria, tuvimos que reducirlo todo a las vacaciones y los puentes. Cada vez que había más de tres días de vacaciones, pillábamos un avión y para allá que nos íbamos a estar con mi padre.

Como comprenderéis, mi madre tuvo que hacer verdaderos malabarismos con los regalos. Recuerdo que siempre nos decía que en la carta de los Reyes Magos pidiéramos que nos trajeran algún juguete antes de irnos de viaje, o que nos los mandaran a Bilbao o a Galicia porque no íbamos a estar en casa, etc. Más de una vez mi madre tuvo que hacer uso de mis abuelos o de los vecinos para que entraran en casa y colocaran los regalos en el salón para que los pudiéramos ver nada más llegar.

Pues mi pobre madre aguantó así hasta 10 años: escondiendo regalos en las maletas, pidiendo ayuda a otros, escapándose a escondidas para comprar los últimos regalos... Hasta que un día le pregunté directamente si los Reyes existían. La cara de mi madre fue un poema. Lo primero que pensó fue que mis compañeros del cole me lo habían dicho, pero nunca se imaginó que yo lo había deducido viendo la televisión. En los telediarios decían que las tiendas de juguetes habían subido muchísimo las ventas ese año y yo pensé: "¿Y eso cómo va a ser, si los juguetes los traen los Reyes Magos?".

Muchas veces me habían insinuado que no existían ninguno de esos seres mágicos de la infancia, pero se ve que a mi mente infantil no le daba la gana de asimilarlo. De hecho, una vez mi prima de dijo que el Ratoncito Pérez eran las madres y mi razonamiento fue: "Ah, claro. Es la madre del Ratoncito Pérez, que le ayuda porque él sólo no puede con todo" (dios, qué ilusa que era...).

Pues el caso es que cuando mi madre me confirmó que los Reyes no existían, para mí fue un mazazo. Todos esos años engañada vilmente, el ridículo que habría hecho delante de mis compañeros de colegio, ¿y quién se comía las galletas de los Reyes?, ¿y quién me escribía las cartas del Ratoncito Pérez (mi madre hasta había diseñado una firma con forma de ratón)? ¿Cómo era posible que mi madre (MI PROPIA MADRE) me hubiera mentido de esa manera?

Supongo que para ella fue un alivio el que por fin lo descubriéramos: nos más engaños, ni llamadas furtivas ni buscar escondites en casa de alquiler (que el trabajo de mentiroso es muy sufrido). Yo, en aquel momento, me indigné y mucho, pero ahora lo pienso y me doy cuenta de que mi madre hizo un esfuerzo sobrehumano por mantener una ilusión en sus hijos, igual para ayudarnos a sobrellevar el hecho de que nuestro padre no pudiera estar con nosotros todo el año. Ahora lo valoro muchísimo y le doy las gracias por haber hecho eso por nosotros y tengo más que claro que pienso hacer lo mismo por mis hijos porque, aunque a veces no lo parezca, el tener ilusión por algo (aunque no sea real) hace que los seres humanos vivamos más felices y con más ganas.

Bueno, pues soltado el royo repollo sobre mi vida, os muestro una carta que me llegó ayer por email: 



Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a  escucharle como todos los días lo que su hija le contaba de sus  actividades en el colegio, cuando ésta en voz algo baja, como con  miedo, le dijo: 

 - ¿Papa? 
 - Sí, hija, cuéntame 
 - Oye, quiero... que me digas la verdad 
 - Claro, hija. Siempre te la digo -respondió el padre un poco sorprendido 
 - Es que... -titubeó Blanca 
 - Dime, hija, dime. 
 - Papá, ¿existen los Reyes Magos?  
 
 El padre de Blanca se quedó mudo, miró a su mujer, intentando  descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro  tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente. 

 - Las niñas del colegio dicen que son los padres. ¿Es verdad? 

 La nueva pregunta de Blanca le obligó a volver la mirada hacia la niña  y tragando saliva le dijo: 

 - ¿Y tú qué crees, hija? 
 - Yo no se, papá: que sí y que no. Por un lado me parece que sí que  existen porque tú no me engañas; pero, como las niñas dicen eso. 
 - Mira, hija, efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero... 
 - ¿Entonces es verdad? -cortó la niña con los ojos humedecidos-. ¡Me  habéis engañado! 
 - No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que  existen -respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de  Blanca . 
 - Entonces no lo entiendo. papá. 

- Siéntate, Blanquita, y escucha esta historia que te voy a contar  porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla -dijo el  padre, mientras señalaba con la mano el asiento a su lado. 

  
 Blanca se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa  que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para  él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos: 

  
 - Cuando el Niño Jesus nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados  por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le  llevaron regalos en prueba de amor y respeto, y el Niño se puso tan  contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor,  dijo: 


 - ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño! Deberíamos llevar regalos a  todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
 
 - ¡Oh, sí! -exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy difícil de  hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de  niños como hay en el mundo. 


 Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos  compañeros con cara de alegría, comentó: 

 - Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque  somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder  recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero  sería tan bonito. 

 Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían  realizar su deseo. Y el Niño Jesús, que desde su pobre cunita parecía  escucharles muy atento, sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal: 

 - Sois muy buenos, queridos Reyes Magos, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme: ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños? 

 - ¡Oh, Señor! -dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero no podemos tener tantos pajes. No existen tantos. 

 - No os preocupéis por eso -dijo Dios-. Yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo. 

 - ¡Sería fantástico! Pero, ¿cómo es posible? -dijeron a la vez los tres Reyes Magos con cara de sorpresa y admiración. 

 - Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben querer mucho a los niños? -preguntó Dios. 

 - Sí, claro, eso es fundamental - asistieron los tres Reyes. 

 - Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños? 

 - Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje -respondieron cada vez más entusiasmados los tres. 

 - Pues decidme, queridos Reyes: ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres? 

 Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando, cuando la voz de nuevo se volvió a oír: 

 - Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes Magos de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte regalen a sus hijos los regalos que deseen. También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices. 
  
 Cuando el padre de Blanca hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo: 

 - Ahora sí que lo entiendo todo papá.. Y estoy muy contenta de saber que me queréis y que no me habéis engañado. 
  
 Y corriendo, se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía: 

 - No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero. 
  
 Y todos se abrazaron mientras, a buen seguro, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos. 
  



Vale, es verdad que la historia tiene un cierto sabor edulcorado que igual tira para atrás, pero aunque la forma no me termina de convencer, el contenido sí que lo hace porque lo que hace es explicar porqué los niños reciben regalos en navidad de sus padres, que no es otra cosa que por la religión. Y, aunque mucha gente el tema de la religión católica no lo termine de digerir, lo que la historia viene a contar es que la intención de los padres es la de hacer un poquito más felices a sus hijos (a fin de cuentas, lo que trató de hacer mi madre durante 10 años).

Tengo unos amigos que tienes una niña de 3 años. Ella era partidaria de celebrar la Navidad mientras que él estaba totalmente en contra porque él no era religioso y le parecía de hipócritas celebrar algo en lo que él no creía y no tenía pensado poner nada relacionado con la Navidad en su casa. A mí esa actitud me pareció un poco egoísta para con su niña. Era capaz de negarle un poco de ilusión con tal de mantenerse en sus principios (ahora, los puentes y los festivos de la Inmaculada Concepción y todo eso, bien que se alegra de tenerlos de libranza), aún sabiendo que la niña se daría cuenta de que había "algo" ocurriendo en toda la ciudad y en las casa de todos sus amigos menos en la suya.

Las Navidades de ahora ya no son como las de antes: el árbol de Navidad no tiene ningún tipo de connotación católica, ni la decoración navideña. No pasa nada si no pones un Belén en el salón de tu casa. De hecho son muchas la religiones que festejan el 25 de diciembre sin que tenga nada que ver con el cristianismo. La Navidad, hoy en día, se ha convertido en una festividad de intercambio de regalos y de ver quién tiene la decoración más bonita en su casa. Y si eso hace que los niños sean un poco más felices y vivan unos días con más ilusión, no veo por qué no hacerlo.

No quiero terminar este pedazo de post que me ha salido sin decir que, en todo momento he querido expresar mi opinión, basándome en mi experiencia personal y sin intención de ofender a nadie (sé que estos temas tienden a levantar ampollas).

Y por último (pero no por ello menos importante) quiero darle las gracias a mi madre por todo el trabajo que se molestó en hacer por mi hermano y por mí, por el cariño que puso en cada detalle (por esas firmas ratunas y esas galletas mordisqueadas) y por tratar de mantener la ilusión todo lo que pudo y más. GRACIAS, MAMÁ (eres la mejó!!!)

Un saludo y si no paso por aquí antes del viernes...

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

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